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n día, quizá provocado por un ataque
de sinceridad bañado con incontables palomitas de anís del Mono, Borges confesó
en la barra de un bar haber cometido el peor de los pecados que un hombre puede
cometer, que no es otro que el no haber sido feliz. En verdad, el escritor
argentino nunca necesitó del alcohol para deleitar al personal con sus sesudas
y trascendentales citas, pero me hubiera jugado con él un plato de ravioles o risotto, hasta uno de esos dulces de
leche que tanto le gustaban, que de haber escuchado en ese momento el Gloria
o manicomio del Osombroso y sonriente folk
de las badlands, la frase hubiera sido más cantinera pero igual de
lapidaria, aunque seguro habría dulcificado el acento porteño con una
poquitilla de mala follá.
La banda en acción |
No sé si Antonio Travé Mesa, “Oso de
Benalúa” e Isaac Fernández Cruz,
transformados por obra y gracia de los lápices de el Ciento en Clint Eastwood y su amigo Buddy Van Horn, estarán de
acuerdo conmigo, pero andando como anda la pocilga de mierda hasta las asas, me
sobra toda la erudición de Borges y me basta una sola estrofa de Isaac para
incendiar mi ánimo como si cada palabra fuera un buche de bourbon.
Esta “especie de ópera western”,
como ellos mismos se encargan de bautizar, al igual que El genuino mambo de secano
–recopilatorio de sus anteriores trabajos- comienza con aires de Morricone,
pero sin pretensiones ni ínfulas, como si el espíritu del bueno de Bud Spencer
sobrevolara Bejarín haciendo looping entre
los álamos al son de la mandolina de Francisco
Molina.
Con el segundo tema de esta
cara A (La astrofísica y el hojalatero)
empujamos las puertas batientes del saloon
atraídos por la alegre melodía del piano de Raúl Bernal, nuevo en esta revuelta agrorradical, en la que se
apoya una original historia de amores imposibles y explosivos.
Como en una de esas pelis que
Sergio Leone rodada por estas tierras baldías, muy cerca de Benalúa, ahora es
cuando todos en la barra levantan sus jetas del vaso de güisqui y se encaran
con el forastero, quien ni corto ni
perezoso, dispara su visión de la vida inspirada en las novelas de Kurt
Vonnegut y alguna que otra cita de Ralph Waldo Emerson. Y es que los de las badlands, pájaros viejos y avezados en
el desconcierto musical granadino, han elegido atravesar el desierto con sus
aires de frontera en ristre, a pique de caer en barrena plana por esas ramblas y barrancos
del demonio, para terminar muriendo con las guitarras puestas –sin remisión,
gloria o manicomio-. Porque elegir adrede el camino más largo, no se hace por
masoquismo ni por postureo. Se milita en el lado de los tarados y los visionarios
por pura convicción moral, aunque “¡qué siete patas pa un banco!” si te dejas
llevar por el Osombroso, donde pacen, además de los ya mencionados forajidos,
Daniel Gominsky, dueño y señor de
los pulsos y pálpitos de la banda con su bajo entre las manos y Antonio
Pelomono, quien completa el sexteto con el golpe percutor y certero de su
batería y demás cachivaches.
Y aquí estamos ya a mitad de
película, celebrando un poquito de electricidad en los temas, que no lo
encontrábamos en su debut -salvo la colaboración de Perico de Dios, quien vino
a confirmar la regla con su excepcional pulsación en la guitarra-, ya que esta
banda no ha venido al mundo para cavar, sino para disparar, ya sea un calipso playero bien pertrechado de la sabiduría
popular del refranero, o una impecable balada que pareciera provenir de un
garito perdido de Tennessee.
Merece una mención especial el
cuarto corte de la segunda cara (La
fiebre del oro), donde asoman sin pudor las influencias de Neil Young, para
terminar por confeccionar una impecable composición con aires de psicodelia, muy
en la línea de Elemento Deserto,
otro de los proyectos musicales, aunque en inglés, en el que también andan enrolados los dos Antonios, Travé y Pelomono. No en vano, otro elemento de los Deserto, Tony Molina, ha metido la guitarra eléctrica del tema en cuestión.
Al final, espoleados por el
violín y el sonido de los huesos, terminamos en el establo bailando y coreando
el estribillo de El hombre que se bebió
su mula, al que no tardaremos en convertir en un hit, tal vez a la altura
de Anís del mono, aunque estemos
poseídos de manera irremediable por la mala follá.
Aquí el autor del presente texto, sesteando con este fenomenal disco. |
http://elosombrosoysonrientefolkdelasbadlandsprovisional.bandcamp.com/album/gloria-o-manicomio
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